Reflexiones en alto sobre SALUD

En 1984, la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya manifestó que «la salud no es simplemente la ausencia de enfermedad«.  Y yo estoy de acuerdo.

A mi me gusta más verlo como un equilibrio. Podríamos decir que la salud está en un equilibrio inestable que debe reconquistarse a diario. Un equilibrio biológico, psicológico y social, en armonía con el entorno en el que vivimos.

Ya desde la antiguedad, la dieta ha sido siempre objeto de observación en este aspecto.

Los egipcios creían que los alimentos constituían el origen de todas las enfermedades. Sócrates recomendó moderación en la comida y en la bebida, es decir, comer cuando se tenga hambre y beber cuando se tenga sed (si estás al día en este campo, esto te puede empezar a sonar, ¿verdad?), Hipócrates enunció su ya célebre frase «que el alimento sea tu medicina», y las antiguas culturas orientales ya consideraban la mala alimentación como una de las causas de los desequilibrios físicos, emocionales y espirituales.

Todos ellos están de acuerdo en que la manera en que nos alimentamos puede hacernos fluir de la salud a la enfermedad y viceversa.

Con el paso de los siglos, se empezó a relacionar intuitivamente la aparición de ciertas enfermedades con la deficiencia concreta de algún alimento (como cuando se vinculó la falta de fruta con la enfermedad del escorbuto, sin conocer aún la relación de la falta de vitamina C con esta enfermedad).

 

 

Pero no ha sido hasta estas últimas décadas cuando la preocupación global por el aumento de enfermedades crónicas, ha hecho que volvarnos a implicarnos mas en la búsqueda de la influencia de los modelos dietéticos y de los hábitos de vida.

En 2005, la OMS alertó que el 60% de las muertes se debían a enfermedades crónicas, las ya llamadas «enfermedades de la civilización» (obesidad, diabetes, hipertensión, ciertos cánceres, enfermedades degenerativas…), las cuales se han visto incrementadas como consecuencia del estilo de vida actual.

Las enfermedades de este siglo se producen, en general, por la incoherencia entre el entorno al que nuestro cuerpo está adaptado y el entorno actual.

Por lo tanto, la gran pregunta es: ¿Qué hacíamos antes que no hacemos ahora? ¿Cómo ha cambiado nuestra manera de alimentarnos, de movernos, de vivir?…

Citando a José Enrique Campillo, es importante darse cuenta que «el conociento de nuestra evolución es esencial para comprender los cambios ocurridos en la alimentación de nuestros antepasados y las adaptaciones metabólicas que tuvieron que superar«. Y encontrar de esta manera, la forma de hacer las paces entre nuestros genes y nuestro entorno.

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No voy a empezar a contaros lo que hace 100.000 años hacían nuestros antepasados cazadores-recolectores, ni siquiera los que hace 10.000 años supuso para el hombre el desarrollo de la agricultura y la ganadería. No me hace falta remontarme hasta la Edad Media ni a la revolución industrial. Simplemente quiero que te des cuenta que hemos perdido la intuición.

Los seres humanos siempre hemos sabido cómo alimentarnos, como conseguir el alimento, cómo movernos y cómo gestionar nuestros días, hasta que el exceso de alimentos, sobre todo inadecuados, combinado con la cultura de urgencia y competitividad en la que vivimos (que fomenta el consumo de comida rápida, estimulantes y no cocinar), nos ha llevado a vivir con una mayor tasa de obesidad, hipertensión, accidentes cardiovasculares… que nunca.

Esta pérdida de referencia y de sentido común nos ha llevado a no saber qué debemos comer y a ser mucho más influenciables por el marketing y la publicidad.

Pero, ¿quizá se está despertando una nueva conciencia social en este aspecto?, ¿qué opináis?

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A mi me gustaría creer que empieza a haber una mayor preocupación por todo lo que llega a nuestras casas, y están surgiendo nuevas tendencias en alimentación basándonos en lo que nos dice la aplastente evidencia.

Empieza a haber una tendencia que demanda productos lo más naturales posibles y con el mínimo procesado, para preservar su potencial nutricional y energético.Y nos empezamos a dar cuenta de que el movimiento es tan importante como respirar. Pero que respirar el aire contaminado de nuestras ciudades, nos hace tanto daño como vivir encerrados en 4 paredes frente al ordenador noche y día….

Empezamos a ser más conscientes de nuestra naturaleza, de nuestro origen y de nuestras necesidades. Y si no lo somos aún, ¡empecemos a serlo! Siempre es buen momento para apostar a favor de nuestra salud.

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Y para terminar y apelando a lo que los antiguos médicos de la Medicina Tradicional China tenían como máxima: «El médico que no cuida el intestino, es un mal médico», podemos concluir que el sistema digestivo es el encargado de absorber y transformar los nutrientes que nos aportan los alimentos y por tanto, nuestra puerta de entrada de la energía  imprescindible para que se nutran el resto de células y órganos, al fin y al cabo, la energía imprescindible para sentirnos fuertes y vitales.

 

Seamos más críticos con los mensajes que nos llegan y recuperemos nuestra intuición perdida, esa que nos sabía decir qué era bueno para nosotros.

 

By Aitzi Santos.

 

 

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